Botox y Neurología - HLA Vistahermosa
Botox y Neurología

Botox y Neurología

  febrero 16, 2022       Neurología

¿Qué es la toxina botulínica?

La toxina botulínica es una neurotoxina elaborada por la bacteria Clostridium botulinum, que actúa a nivel de la unión neuromuscular (la conexión de la terminación nerviosa neuronal con el músculo al que inerva) impidiendo de esta manera la liberación de un neurotransmisor específico, la acetilcolina, la cual es necesaria para que se produzca la contracción muscular.  

Además de producir una relajación muscular local, la toxina botulínica inhibe la secreción de determinadas sustancias relacionadas con el dolor (como son el glutamato, sustancia P y la proteína relacionada con el gen de la calcitonina -CGRP-), todo ello de forma temporal y sin producir daño en las terminaciones nerviosas.

Esta molécula ha sido utilizada durante décadas y es ampliamente conocida por su uso tanto en Medicina Estética como en otras especialidades como Neurología, Oftalmología, Urología o Dermatología. 

Con el paso de los años y el progreso de la medicina y la neurología en particular, cada vez se amplían más las indicaciones del uso de la toxina botulínica, habiendo demostrado su eficacia además de en disminuir la hiperactividad muscular, en el control del dolor en cefaleas como la migraña, en la disminución de la sialorrea y la hiperhidrosis. 

Uso de la toxina botulínica en migraña crónica

Uno de los usos más frecuentes de la toxina en Neurología es en la migraña crónica; una patología de alta prevalencia y que produce gran discapacidad en los pacientes que la padecen. En este caso la toxina botulínica tiene una efectividad equiparable al tratamiento con fármacos preventivos orales, pero presentando una mejor tolerabilidad por no producir efectos adversos sistémicos.

Para la migraña crónica se utiliza un protocolo de infiltración según el estudio PREEMPT, que consiste en administrar la toxina en 31 puntos alrededor de la musculatura frontal, temporal, occipital, cervical y trapecios. Las infiltraciones se realizan cada 3 meses, siendo recomendable un mínimo de 2-3 infiltraciones para confirmar si existe mejoría con este tratamiento. El efecto de la toxina comienza a objetivarse en la primera semana y sus efectos duran entre 2-5 meses. 

El motivo por el que el uso de toxina botulínica mejora los pacientes con migraña es porque debido a su mecanismo de acción (inhibe la liberación de los mediadores de dolor a nivel periférico) disminuye la inflamación neurogénica y la sensibilización periférica, un aspecto que juega un papel crucial en la cronificación de la migraña. 

La toxina ha demostrado la reducción en un 50% de los días de cefalea y migraña al mes, así como la intensidad del dolor y el consumo de analgesia. En casos de buena respuesta permite reducir e incluso retirar el resto de tratamientos preventivos que lleve el paciente, disminuyendo la carga de enfermedad y mejorando su calidad de vida.

Uso en otras patologías

Además, el uso de toxina botulínica se ha extendido más allá de la migraña crónica, y ha demostrado su beneficio en otras patologías del ámbito neurológico como puede ser la neuralgia del trigémino: un algia facial de gran impacto en la calidad de vida del paciente que le puede impedir realizar actividades tales como comer o lavarse los dientes. En la neuralgia del trigémino que no ha respondido a los fármacos neuromoduladores clásicos, la administración de toxina botulínica en la rama afectada se ha visto efectiva en el control del dolor, siendo equiparable en algunos casos al tratamiento quirúrgico de la misma. 

Por otro lado, en patologías como las distonías focales, que son un trastorno del movimiento que puede afectar a un músculo o grupo de músculos de una parte específica del cuerpo, como la distonía o calambre del escribiente, la toxina botulínica tiene un beneficio claro en la mejora de las limitaciones que éstas producen. También es utilizada en pacientes con blefaroespasmo, que es una contracción intermitente de la musculatura orbicular de los ojos, en distonías cervicales y temblor cefálico. En cuanto al uso de la toxina para el tratamiento de la hiperhidrosis, un trastorno en el que se produce un aumento de la sudoración por una secreción de glándulas sudoríparas incrementada, se ha demostrado que mejora la sintomatología al bloquear de forma selectiva la acción de la acetilcolina sobre las glándulas, y de esta forma, reduciendo la producción de sudor. 

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