El verano asoma por la puerta y con él los niños volverán a frecuentar las consultas pediátricas con las patologías que más les pueden afectar en este periodo.
Entre las patologías infecciosas más frecuentes durante el verano, los casos de gastroenteritis aguda, las otitis externas y las vulvovaginitis ocupan el 50% de las urgencias pediátricas, sin contar con los catarros o faringitis que se presentarán facilitados por contrastes de temperatura (aires acondicionados, piscinas…).
Las gastroenteritis agudas pueden ser de causa infecciosa, debidas a un virus o a una bacteria, o más raramente por una intoxicación alimentaria. Ambas causas son más frecuentes en el verano que en otras estaciones del año debido a que las altas temperaturas favorecen tanto la diseminación de los virus gastrointestinales como el crecimiento de bacterias como la salmonella y el campylobacter en determinados alimentos o en aguas estancadas. Para prevenir esta patología, las medidas más eficaces son el “famoso” lavado de manos así como evitar que los alimentos más sensibles –carnes, huevos o salsas– pierdan la cadena de frío.
En cuanto a la otitis externa (más coloquialmente conocida como la otitis del nadador), se produce por un exceso de humedad en el conducto auditivo siendo un “caldo de cultivo” óptimo para la proliferación de bacterias que provocan la infección de éste. El síntoma cardinal de las otitis externas es la otalgia intensa (dolor de oído) de inicio súbito. La mejor forma de prevención es evitar que quede el agua remanente en el conducto, realizando descansos del baño cada 1-2 horas y secando bien el oído en ese momento. El uso de tapones es controvertido, ya que si estos no producen un perfecto sellado, el conducto auditivo puede retener agua facilitando la infección.
Como ya hemos apuntado previamente, las vulvovaginitis es otra de las patologías más prevalentes durante el verano, debido fundamentalmente a la irritación producidas por el sudor y a la humedad. Los síntomas, que podrán ser confundidos con una infección de orina,son el escozor, las molestias con la micción, el incremento de la frecuencia miccional, así como la sensación de vaciado incompleto tras la micción. Para prevenirla es importante cambiar con cierta frecuencia el bañador para evitar el exceso de humedad y utilizar ropa interior de algodón, para reducir el exceso de sudoración. Además, se debe mantener una adecuada hidratación y orinar con frecuencia, cada dos o tres horas.
Otra patología que los pediatras solemos atender con relativa frecuencia en esta época de año son los golpes de calor, siendo la insolación su forma más habitual. Cuando las temperaturas son muy elevadas y estamos expuestos al sol, se pierden abundantes líquidos corporales que pueden provocar una deshidratación. Los bebés y los niños pequeños son la población más vulnerable.
La acción directa del sol sobre zonas vitales del cuerpo provoca un incremento de la temperatura corporal, asociando importante sudoración, cefalea de características punzantes, náuseas, vómitos, calambres, fatiga, aceleración de la frecuencia cardiaca (taquicardia) y en casos extremos, confusión, pérdida de conciencia y hasta incluso puede provocar la muerte.
Para prevenir los golpes de calor en la infancia, hay que ofrecer líquidos frecuentemente, ofrecer varias comidas a lo largo del día, a ser posible ligeras y frescas, bañar a tu hijo varias veces, evitar actividades y exposición solar durante las horas de más calor, procurar estar en lugares frescos y ventilados, vestirles con ropa ligera de algodón y evitar permanecer largos periodos de tiempo dentro del coche.
En caso de detectar que nuestro hijo presente síntomas compatibles con un golpe de calor recomendamos que sea valorado en su centro sanitario en la mayor brevedad posible.
Durante la temporada de verano, también se produce un notable incremento de las consultas por lesiones cutáneas provocadas por picaduras de insectos (mosquitos, abejas, avispas, arañas, chinches, pulgas…). Poco nos preocupa a los pediatras, qué insecto le ha picado a su hijo, ya que a veces las características de la picadura o su localización pueden darnos una pista pero otras muchas, no es así. La mayoría de las picaduras de insectos van a dar reacciones locales leves que suelen acompañarse de picor, dolor e hinchazón, en estos casos basta con lavar la zona con agua fría, ofrecer algún antinflamatorio (paracetamol o ibuprofeno) para disminuir el dolor y la inflamación, y el uso de antihistamínicos orales para reducir el rascado y con ello el riesgo de sobreinfección (evitar el uso de antihistamínicos tópicos en los niños, ya que pueden producir reacciones en la piel al exponerse al sol).
En el caso de una reacción alérgica grave o anafilaxia, en la que detectemos que se afectan simultáneamente varios órganos, esencialmente puede afectar a nivel de piel (habones o hinchazón de labios párpados); aparato respiratorio (dificultad para respirar, pitos); síntomas abdominales (dolor cólico abdominal, diarrea o vómitos) y/o manifestaciones cardiovasculares (aumento de la frecuencia cardiaca, mareos o pérdida de conocimiento), hay que acudir inmediatamente a Urgencias, pues se trata de una emergencia pediátrica.
Generalmente las anafilaxias producidas por picaduras suelen asociarse a las picaduras por himenópteros (avispa y abeja).
Con la llegada del buen tiempo se incrementan las actividades al aire libre, con lo que se multiplica el riesgo de accidentes. Los accidentes suponen la primera causa de mortalidad infantil en los niños entre 1 y 14 años, motivo por el cual hay que ser conscientes de la gravedad del problema y tomar las precauciones recomendadas para evitarlos.
Uno de los accidentes, que lamentablemente cada verano supone el fallecimiento de muchos niños son los ahogamientos, siendo la segunda causa de muerte infantil por accidente, tras los accidentes de tráfico. Suelen ser niños entre 1 y 4 años, teniendo lugar frecuentemente en piscinas domésticas no vigiladas en un descuido en la vigilancia del adulto. Para evitar que los baños en playas y piscinas se conviertan en una tragedia es de vital importancia que los menores estén siempre acompañados de un adulto, que esté al alcance de su mano para poder evitar caídas, aunque apenas haya agua. También es aconsejable que aprendan a nadar lo antes posible y, en todo caso, utilizar materiales homologados para conseguir flotar en el agua.
Está en nuestra mano proteger a los menores de los accidentes y hacer del verano un período de disfrute en familia en el que la seguridad de nuestros pequeños prime por encima de todo.
Júlia Gramage – Javier Perona
Servicio de Pediatría de HLA Vistahermosa